
En los déficits práxicos, denominados en el niño dispraxias, existe la dificultad o imposibilidad de ejecutar movimientos (Azcoaga, 1993:78) del área bucal, sean estos simples o complejos, en ausencia de un trastorno motor que impida realizar los movimientos. De opinión semejante son Junqué; Bruna y Mataró (2004:73) quienes la definen como una alteración en la ejecución de determinados movimientos aprendidos en respuesta a una orden y fuera de contexto, que no son el resultado de problemas sensoriales o motores, falta de coordinación o deterioro intelectual. Es una alteración grave de la articulación. Hay una imposibilidad de ejecutar movimientos complejos que no es explicable por trastornos de tipo motriz, una gran dificultad para realizar movimientos voluntarios de la lengua.
En esta perspectiva las praxias del área bucal pueden ser de dos tipos. Unas se organizan a través de movimientos más o menos complejos relacionándose con las funciones de deglución, soplo, producción de ruidos o “clics imitativos”. Otras, las praxias articulatorias o fonéticas, son indispensables para la realización del lenguaje oral.
Las praxias fonéticas se aprenden progresivamente, a través del control y coordinación fina de grupos musculares, donde la complejidad de los movimientos articulatorios determina su orden de aparición. Estas praxias implican un proceso, que se inicia con el uso de las capacidades neuromotrices básicas del aparato fonatorio, el reconocimiento del fonema del lenguaje, y por último, la intención de reproducirlo.
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